domingo, 7 de octubre de 2012






MIRA QUE ERES LINDA


Hilario Solano propinó un tremendo puñetazo sobre la mugrienta mesa de pino de una tasca oscura y lúgubre de un pequeño lugar  de Castilla, al mismo tiempo que fuera, en la calle, un trueno desproporcionado anunciaba la proximidad de la tormenta.
Con la fuerza del impacto, el vino se desparramó sobre las pringosas tablas de la mesa salpicando  las camisas de los dos únicos clientes  que la ocupaban, ante la mirada displicente y entumecida del  anciano tabernero.
-¿Como puedes hacerme esta putada?  Rafa,  piensa un poco. Te he tratado como a un hijo, es más, tú ha sido durante estos años el hijo que no tengo. Te saqué jugándome el gañote  de aquel hospicio asqueroso y te he dado todo cuanto tienes.
-¿Cuánto tengo? Déjame, Hilario, que te diga todo lo que tengo, bueno permíteme que te diga primero todo lo que no tengo. No tengo familia, no tengo hogar, no tengo dinero ni tengo futuro. ¿Y sabes lo único que tengo? Tengo frío en invierno. Tengo calor en verano, y tengo hambre en invierno, en verano y siempre,  Hilario, siempre.
Hilario Solano conocía a Rafael desde que éste tenía once años. Se le presentó don Torcuato, el director de la academia donde Hilario enseñaba solfeo, diciéndole que era el chico más avispado que había conocido nunca y que llegaría, en  un corto periodo de tiempo, a ser uno de los mejores trompetistas que hubieran pasado por su conservatorio. Desde el primer día  se cayeron bien, tal vez, por la admiración muta que se sentían, a pesar de la diferencia de edad.
Rafael Coronas era un chico de familia acomodada de solo dos miembros,  él y su padre,  un viudo educado y creyente  que regentaba una tienda de abrigos y sombreros en la calle Mesón de Paredes, en el mismo corazón del barrio de Lavapiés, y que le proporcionaba los medio suficientes para vivir desahogadamente y permitir que su hijo pudiera ir al colegio, estudiar música y comer caliente todos los días.  A Don Rafael, padre, no se le conocían parientes en todo Madrid, si bien se decía, cosa que él nunca afirmó ni negó, que tenía una hermana monja en un convento de un pueblo de Burgos.

Hilario se llevaba de vez en cuando a Rafa a tocar con él, en festivales benéficos y en actuaciones de poca monta, mayormente, decía, para que el chico se vaya soltando y pierda el miedo ambiental, y Rafa encantado de acompañar aquel pedazo de músico que era capaz de hacer sonar, como los Ángeles, cualquier instrumento que se le antojara. Allí conoció a otros dos hermanos del “maestro” que también les acompañaban de vez en cuanto.
Algunos domingos don Rafael, invitaba a Hilario y a sus hermanos a comer en su casa. Ese día acudía Elvira, una vecina madre de cinco hijos que tenía a su marido emigrado a la Argentina, y les preparaba una buena pota de arroz con bacalao.  En la sobremesa procuraba convencer al músico de que no enseñara a su hijo todos los intríngulis de la profesión, quiero, decía, que mi hijo sepa música, pero no la suficiente como para pasar hambre. Es una profesión gratificante, don Rafael, contestaba Hilario, y no crea que se pasa más hambre que en otra cualquiera. Eso sí, tengo que decirle, que la música es envidiosa, y que con ella se hacen muchos compañeros de camino, pero escasos amigos. Y en esto transcurría la vida cuanto estalló la guerra.
Un día los milicianos se presentaron en la tienda y decomisaron todo el género para entregarlo a los camaradas que tenían que soportar en el frente republicano el rigor de aquel duro invierno, dejando a don Rafael en la más absoluta ruina. Por si fuera poco, una vez que entraron los nacionales en Madrid, le acusaron de haber colaborado con las hordas marxistas proporcionando al enemigo cobertura e intendencia. Le subieron a una camioneta y fue fusilado, sin juicio previo, con otros dieciocho desconocidos, en uno de los muros del cementerio de  La Almudena. Rafael, hijo, que contaba al terminar la contienda con la edad de catorce años, fue colocado como aprendiz en un aserradero, alojado de noche, gracias a su única tía, aparecida milagrosamente al final de la guerra,  en una especie de casa de misericordia dirigida por las Hermanas de los Pobres, hasta que una noche, a deshora, con un documento falso, presuntamente firmado por el gobernador civil  de Madrid, fue reclamado por un tal  Hilario Solano, que había servido durante la guerra en la Unidad de Música del Regimiento de Infantería “San Quintín” de Valladolid.
Y así, con Alfredo y Eduardo, hermanos menores de Hilario que tocaban respectivamente, la batería y el saxo tenor, Marussia, cuyo verdadero nombre era Amparo Melgar,  esposa de Hilario, como cantante, el mismo Hilario con el acordeón y Rafael Coronas como trompeta, nació para el mundo la orquesta “Solano”, que desarrollaría su arte por aldeas y pueblos, salones y verbenas a todo lo largo y ancho de Castilla la Vieja.

La taberna se iluminó de pronto por la luz de un nuevo relámpago. Por la puerta penetró, sin oposición alguna,   una ráfaga fresca de aroma a tierra mojada que alivió en parte aquel persistente hedor ácido de vino rancio.
Hilario se frotó los ojos, aquello no podía ser verdad. Rafael se marchaba de casa como aquel hijo pródigo de los evangelios. De nuevo un trueno en si bemol mayor y luego la puñalada trapera con las palabras del trompetista:
-Esta noche, si el tiempo no lo impide, es la última vez que toco con vosotros.
-¿Qué vas hacer, a donde piensas ir?
- Escuche la otra noche en Villanubla que   están ampliado toda la red del Metro de Madrid, que hay mucho trabajo y que se gana bien.
- Pero tú eres músico.
-Yo era músico. La música te somete, te domina como el alcohol, y un día tienes que revelarte y decir hasta aquí hemos llegado…
Y el tiempo lo impidió a medias. Estuvo lloviendo toda la tarde, y el baile se improvisó en una nave, propiedad de un labrador acaudalado, donde aquellas gentes de postguerra acudieron a festejar a su patrona, hasta bien entrada la madrugada.
Rafael se concentró en que su interpretación no se viera enturbiada por los recientes acontecimientos sobre su marcha. Deseaba que en ningún momento pudieran, o bien sus nervios o bien sus sentimientos, jugarle una mala pasada que hicieran de aquella, su última actuación, algo diferente a cuantas llevaba a lo largo de los veintitrés años que había formado  parte de la banda. Y así fue, hasta que entrada la madrugada, Hilario propuso:
-Vayámonos despidiendo, hacemos la última.
-¿Aquellos ojos verdes, Hilario?
-No, Mira que eres linda.

“Rafael cerró lo ojos, se llevó la embocadura a los labios, tensó los músculos de la boca, respiró profundamente y comenzó a ejecutar la introducción de aquel maldito bolero. Hasta que Marussia comenzó a cantar, tuvo la impresión de que había pasado un siglo y que se habían quedado solos en el mundo su trompeta,  él y aquella esencia profunda y sutil  que irradiaba el cuerpo de la cantante… que preciosa eres
Por la puerta del almacén comenzó a entrar una brisa fresca y húmeda, epilogo de la tormenta vespertina y, a pesar de que aún era  verano, sintió un frío otoñal que le invadió el alma hasta el punto que ni se percató   de como rodaban por sus mejillas dos semicorcheas con apariencia de  lagrimas redondas…verdad que en vida he visto muñeca
Solo unas pocas parejas quedaban en  la pista. Algunas carabinas, arropadas con la toquilla hasta la cabeza,  vigilaban que a sus hijas no las abandonase, a esas imprudentes horas,  la ninfa de la virtud: ya se sabe “el hombre fuego, la mujer estopa, viene el diablo y sopla”
Un borracho, aprovechaba los primeros compases de la canción, para,   abrazado a si mismo y a su desamparo, intentar algo parecido a un baile, y dos chavalillos, ebrios de aburrimiento, bostezaban sin recato mirando a la orquesta que se despedía, y con ella las fiestas, lo inusual y lo desacostumbrado.
A veces el destino comete quebrantamientos menores y esta noche lo estaba demostrando una vez más. Mira que llevaban cientos de canciones en su repertorio, y despedirse, precisamente, con aquella.
         Miró a un lado y a otro y reparó, como no lo había hecho jamás, en todos y cada uno de sus compañeros. Tocaban de forma mecánica, sin interés alguno, saturados  de llevar tantos años haciendo lo mismo, interpretando las mismas melodías, en los mismos sitios, ante las mismas gentes…con esos ojazos, que parecen soles… A su derecha Alfredo acariciando la caja de su batería "Premier". Un   muchacho   impetuoso y   rebelde. Constantemente se encaraba con su hermano Hilario. Era el único que se enfrentaba a él y discutía sus decisiones. Posiblemente un poco amanerado pero de buen corazón. Era el preferido de Rafael, tal vez, porque ambos eran aproximadamente de la misma edad, y cientos de veces se habían emborrachado juntos, y juntos también, habrían cometido excesos de esos que solo el recato censura. En el otro extremo del escenario, otro de los hermanos del jefe, Eduardo, mayor que Alfredo, y a criterio de Hilario, el mejor de los músicos. Sin embargo aquellas virtudes artísticas las emborronaban por su forma de ser. Su timidez y aquella manera tan introvertida,  que si bien no le había acarreado problemas a lo largo de su vida, tampoco le habían favorecido en absoluto. Era viudo, bueno eso decía él, puesto que su mujer aún vivía, solo que   hacía años que le había abandonado cansada de que aquella vida errante. A escondidas sus hermanos le llamaban el saxofonista solitario… siempre enamorada, con que miras tú… A su derecha, desde el primer día que subieron a un escenario,   Hilario;  un hombre templado, conocedor como nadie de su profesión, serio, honrado y excelente músico, compañero y amigo. Se diría que era una especie de padre para todos ellos. Siempre consideró a la orquesta “Solano” como una gran familia. Se encargaba de las contrataciones con ayuntamientos y empresarios y tenía fama, en cualquier sitio que trabajaran, de ser un hombre formal…verdad que me siento más cerca de Dios…

Y en el medio Marussia .¡Oh Marussia!, aquella diosa que le tenía desequilibrado el corazón. Como podía un tal Julio Brito, irresponsable compositor donde los hubiera, haber creado una canción tan perniciosa para el alma. En aquella hora precisa  de la noche e interpretada por Marussia, era sin duda, la mas bella canción del universo, pero dañina para las entretelas como el canto de las sirenas…porque eres divina tan dulce…Cuando la miró de reojo y vio como estiraba la frente, cerraba los ojos y arrojaba femenina y delicadamente  su melena por  detrás de sus hombros, cuando vio  como sus pérfidos labios urgían de carmín la rejilla del micrófono, interpretando aquellos versos, maldijo al cubano creador de aquella perversa canción. Y ella sabía, vaya si sabía, que al muchacho le tenía enamorado desde el mismo día que Hilario le trajo a la orquesta y esta situación no le producía ni regocijo ni contrariedad, ni había conseguido despertar en su corazón lastima ni fascinación. Si no fuera pecado se abría dado un revolcón con el muchacho, a pesar de ser mucho más joven que ella, a pesar de amar apasionadamente a su marido, a pesar de no sentir ningún lascivo pensamiento por el chico, solo siguiendo, no sabía porque, extrañas veredas en el laberinto de los sentimientos…que solo una rosa caída del cielo fuera como tú…   Aún sobrenadaba en el ambiente, aunque cada vez más  débil y difuminado, el aroma a “Maderas de Oriente”, que emanaba como  a oleadas  de aquel cuerpo celeste. Joder,  Marussia, mira que eres linda, Dios como te amo”
A la mañana siguiente Hilario acercó con su camioneta a Rafael a la estación de Cabezón de la Sal. Allí le dio un abrazo y veinte duros. Jamás en la vida volverían a verse.
Cuando el tren aminoró la marcha para cruzar el puente sobre el Duero, Rafael abrió la ventanilla y arrojo por ella, a las aguas del río, el maletín de madera en el que guardaba su trompeta.
-         ¿Que has tirado por la ventanilla hijo?
-         Un sueño, señora, solo un sueño.


L.F.S.C.

PINCHA EN EL REPRODUCTOR, CIERRA LOS OJOS, RELÁJATE Y DISFRUTA.

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